En el capítulo
anterior ya os conté, que Esperanza me llamó y claro, su número de teléfono
quedó grabado en mi teléfono fijo.
Así que pasados unos
días, la llamé para ver que tal se encontraba y ya de paso, a ver si conseguía
una cita con ella.
“Hola Esperanza, buenas
noches”
“Quién es??”
“Soy Javi, el otro
día me llamaste y me dijiste que tenías muchas ganas de hablar conmigo”
“Javi?, qué Javi?”.
“Si mujer, me
contaste que te había dejado tu novio el carpintero”.
“Ah ya!!!, si bueno,
pero te llamé por error, yo con quien quería hablar era con mi amigo Antonio”.
“Jajajaja, ya me di
cuenta, pero oye, dada esta casualidad telefónica, lo mismo te apetecería que
nos conociéramos en persona”.
“Pues no sé yo. La
verdad es que no quedo jamás con desconocidos”.
“Mujer, ya no somos
desconocidos. Creo que después de la conversación tan profunda que tuvimos, ya
nos conocemos algo no?”.
“Bueno eso es cierto
y la verdad es, que después de aguantar el chaparrón que te cayó encima, por lo
menos deberíamos quedar para pedirte disculpas”.
“Bueno, no serán
necesarias las disculpas, pues estaba claro que no iban dirigidos a mi,
aquellos improperios”.
“Venga, me parece
bien. Dime dónde y cuando quedamos”.
“Si te parece
bien, este próximo viernes y además podemos ir al grano.
“Pero
oye!!!!................no vas tu un poco deprisa?”.
“A ver, que me
refería a ir al “Grano” que es un
restaurante valenciano que hay en el centro de la ciudad, en el que ponen un
arroz muy bueno, y de ahí su nombre”.
“Ah, si es eso si, vale”.
“Pues nada, nos
vemos allí el viernes a las 2 de la tarde”.
“Nos vemos”.
Estaba yo muy
contento, pues Esperanza había aceptado mi invitación y tendría la oportunidad
de conocerla en persona.
El viernes sobre las
12 de la mañana, me empecé a acicalar para mi cita con el amor de mi vida y
mientras me estaba duchando, (si, es que un mes pasa enseguida y ya tocaba), me
di cuenta que la crema corporal que tenía estaba caducada desde hacía por lo
menos 7 meses.
“Joer!!! y ahora qué
hago???”.
“No me da tiempo a
comprar una, pero, seguro que mi vecina Elena tiene y me la presta”.
Ni corto ni
perezoso, salí de la ducha y me enrollé una toalla a la cintura, salí al
pasillo y llamé a la puerta de mi vecina.
Cuando la puerta se
abrió, Elena me miró de arriba abajo y me dijo:
“Hola Javi, qué
haces así???”
“Perdona, es que
tengo una cita, mucha prisa y no tengo crema corporal y venía a ver si tu me
puedes dejar un poco.
“Claro hombre,
espera”.
Al poco salio mi
vecina con un bote de crema de coco.
“Toma, esta es la
que tengo y además huele muy bien”.
“Gracias, luego te
la devuelvo”.
Según decía estas
palabras y como ya era un poco tarde, me di media vuelta rápidamente y noté
como la parte baja de la toalla se me
enredaba en el pie derecho, y al dar el paso con ese pie, la toalla se vino
abajo completamente, dejando mi culo al aire y a la vista de mi vecina.
“Jajajaja” se oyó
detrás de mi.
Ahí estaba yo, en el
descansillo de la escalera, con el culo al aire, un bote de crema en una mano y
con la otra recogiendo la tolla del suelo.
“Buenas tard….” dijo
el vecino del tercero que subía en ese momento por las escaleras con sus hijos
y su suegra.
El vecino tenía los
ojos como platos de la impresión, los niños se estaban partiendo de la risa
mientras el padre les tapaba los ojos y la suegra sufrió un desmayo.
“Perdón” dije, “es
que….” , no dio tiempo a más, tal era mi
vergüenza que ni terminé la frase, me puse rojo como un tomate y cerré la
puerta de mi casa.
“Qué torpe soy por
dios, pero que tope”.
Pero no había tiempo
para lamentaciones, era tarde, muy tarde y mi amada seguro que ya estaría
dirigiéndose hacía “El Grano”.
Me dí la crema, me
eché desodorante, me puse colonia y me vestí a la velocidad del rayo.
Era Noviembre, pero
ese día hacía un calor propio del mes de Agosto.
Yo llegaba tarde,
salí del metro y empecé a correr hacía el restaurante.
“Uff que calor
hace”.
Según corría, empecé
a notar como las gotas de sudor despertaban a la crema de coco y ambos
comenzaban a resbalar por mi cuerpo por dentro de la ropa.
“Pero por qué hace
este calor ¡!!”, me lamenté.
“Qué hace ahí ese
Sol?, que debería hacer frío, si frío, que es Noviembre y estamos por lo menos
a 35 grados”.
Mis preguntas no
obtuvieron respuesta, pero la humedad era cada vez más intensa y los
chorretones circulaban libremente desde mi nuca hasta los hombros, inundando mi
cuello de un líquido viscoso y de color blanquecino.
Al fin llegué a la
puerta del restaurante y menos mal que Esperanza todavía no había llegado.
“ Y cómo me seco yo
ahora todo este sudor impregnado en coco?”.
No tenía pañuelos de
papel y encima, aquél Sol abrasador caía como plomo derretido sobre mi cuerpo.
Noté como por la espalda resbalaba la crema, y también cómo la camisa que llevaba puesta ya no absorbía
más líquido........mi cuerpo estaba empezando a mostrar el sudor con olor a coco hacía el
exterior.
La combinación de
sudor, crema, colonia de Nardos (que a saber de qué nardos la habían sacado) y
desodorante de Aloe Vera, estaban dejando tal “pestuzo”, que la gente que
entraba al restaurante, me miraba con cara de asco.
Pasaban los minutos
y yo intentaba meterme debajo del toldo que había en la puerta, pero como
estaba enrollado (que ya les vale a los del restaurante con el calor que
hacía), la sombra solo daba para taparme los pies.
Que por cierto, con
las prisas se me había olvidado echarme el “Peusek” y el olor que emanaba de
mis zapatos, combinaba a la perfección con el hedor del resto de mi cuerpo.
“Qué desastre”
pensé.
“Y por cierto???”
“Cómo voy a
reconocer a Esperanza???”.
“Si no la conozco
¡!!!”
El tiempo pasaba y
Esperanza no aparecía o si, pero como no sabía como era, me puse a preguntar a
las chicas que veía solas cerca de la puerta del restaurante.
“Hola perdona, eres
Esperanza?”, le dije a una.
La chica y mientras
se tapaba la nariz contestó:
“No, me llamo
Margarita y tu harías bien en lavarte de vez en cuando so cerdo”.
“Perdona eh!!!”
A mi izquierda había
otra.
“Hola, no serás
Esperanza verdad?’.
“No, no lo soy y doy
gracias al cielo por ello”.
Y sin mediar palabra
empezó a vomitar.
Calle abajo apareció
otra mujer, levanté el brazo (el cual tenía a la altura del sobaco un rodal de
sudor que se apreciaba desde la Luna), y
haciéndole señales le dije: “Si eres Esperanza estoy aquí.”
A lo que ella
contesto: “Si hijo si, eso es lo que tu necesitas, esperanza y un buen baño”.
Derrotado por las
negativas, cansado y mal oliente, me senté en un escalón de la entrada al
restaurante.
La gente empezó a
echarme monedas.
CONTINUARA………….