viernes, 27 de febrero de 2015

Capítulo 53 - Adiós Travolta....

Hola Javi, al final he tenido que dejar a mi Travolta, creo que no es adecuado para mí, se me ha ido el tema de las manos, te cuento:


Resulta que Pedro, mi Travolta, me invitó a pasar un fin de semana en la casa del pueblo de sus padres, según me dijo, un sitio muy tranquilo donde poder disfrutar de nuestro amor, yo babeando a sus encantos, no pude resistirme y le dije que sí.

Así que allí que nos fuimos el sábado por la mañana, aquello no era tranquilo, estaba muerto, que no es lo mismo, era un pueblo totalmente abandonado donde sólo habitaban los zorros, los lobos y la Mariana, la única persona del pueblo y que todavía no sé si es real o un espíritu, porque Pedro me habló de ella, pero sólo conseguí verla a duras penas, corriendo la cortina de su ventana y puedo prometer y prometo que me dieron escalofríos.

Eso sí, había mucha naturaleza, tardamos más de 10 minutos en recorrer andando 20 metros del coche a la entrada de la casa, aquello parecía la selva virgen, con tanta hierba, cardo y de todo, si llego a saberlo me llevo una guadaña, de hecho, cuando llegamos a la entrada de la casa, los dos que íbamos con chándal de algodón, llevábamos las piernas llenas de las bolitas esas pequeñas y peludas que se pegaban en todos los sitios y no te digo nada si era en el pelo, les llamábamos “arrancamoños o a veces rascamoños”.

Después de la gran aventura amazónica, llego la siguiente, las más friky, mi querido Pedro no tenía llaves de la casa, pensó que sí, pero no, ni en los bolsillos ni en la funda del móvil, ni dentro del calzoncillo, ni en el tupé…., nada, no estaban, pero para Pedro no hay barreras, sin decir ni “esta boca es mía” cogió una piedra y rompió el cristal de la primera ventana que pilló, metió la mano, abrió la ventana y ¡ala, tooooossss pa dentro! Como en las películas policiacas. Eso sí, él muy caballeroso, entró primero para tantear el terreno y la distancia de la ventana al suelo, oí un golpe y pude imaginar que ya se la había pegado, pero él salió sonriente, eso sí con el tupé aplastado y de lado y me ofreció su mano, o lo que quedaba de ella, para ayudarme a entrar, antes de que terminara de decirme “¡no saltes, hay una silla de canto debajo!” yo ya me había dejado mis partes en el respaldo de la silla, donde me quedé montada tipo caballo de película del oeste. Pasado el disgusto de la accidentada y complicada entrada a la casa de mis “suegris”, siguió la gran aventura y antes de ir al coche a por las bolsas de viaje, decidimos dar una vuelta por la casa para hacer una revisión general de su estado, utensilios y demás para acomodarnos. Hacía un frío de mil demonios, debíamos estar a un grado y esto a las 12 del mediodía, así que como no vi radiadores ni nada parecido a un aparato que emitiera calor, hice con miedo la pregunta del millón:

“Pedrito guapo aquí tenéis calefacción ¿verdad?”

“No tengo ni idea Cata, hace al menos 20 años que no vengo a esta casa, aunque creo recordar que la última vez que estuve estaba calentita, pero no sé si es que era verano, je,je, pero no te preocupes, ya encontraremos algo para calentar el baño porque en la camita ya te caliento yo, je,je”.
Creo que enseguida se me debió notar la cara de póker, pues intuí que Pedro pretendía que yo metiera mi cuerpo en una cama congelada y encima en pelotillas, además recordé que él había estado en los Scouts de pequeño donde había pasado todo tipo de vicisitudes, incluso dormido a la intemperie y que había vivido unos años en Noruega con su familia, con lo cual, el frío suyo, evidentemente no era el mismo que el mío, pues yo me he criado en un pueblo del Sur, muy al Sur, donde la temperatura mínima no baja de 15/18 grados en invierno.

Preferí no pensar en ello y me quedé con la esperanza de encontrar una gran estufa para calentar aquella casa, o más bien casona, pues tardamos un buen rato en recorrerla y conté exactamente 6 habitaciones, todo ello en tres plantas a las que se accedía por escalera de caracol de esas de madera con hueco entre escalón y escalón para que se te meta el zapato en medio y te pegues la gran leche, suceso que yo estuve a punto de experimentar en varias ocasiones, si no llega a ser por el apoyo de mi querido Pedro, que no hacía más que repetirme “No te me caigas, que aquí no hay hospitales y me jorobas el finde”, ¡qué majo y atento el muchacho!

Bueno, al final decidimos ir a por las bolsas de viaje y llegamos a la puerta de la casa para salir como las personas normales, exactamente al contrario de como habíamos entrado. Resulta que la maldita puerta tenía algo así como 4 cerraduras y un candado de los tochos.

“¡Vaya!” Dijo Pedro “¡Creo que va a ser imposible abrir esto y aquí tampoco hay llaves, je,je, así que tendremos que entrar y salir por la ventana, total, son dos días”.

Yo ya me estaba acordando de los papás de Pedro aunque no les conocía, pero es que me acordaba de toda su familia y hasta de sus antepasados, por la aventurita que estábamos teniendo con la “casita del Amazonas” que fue como yo la bauticé.

Una vez más le echamos valor y salimos como los delincuentes, por la ventana, nosotros sin prisa, claro está, es la ventaja de que la casa fuera de Pedro. Volvimos a cruzar la selva virgen, acumulando más “arrancamoños o rascamoños” esta vez también en los jerseys, con lo que ya nos íbamos pareciendo más a Bob Esponja y sus colegas y cogimos las bolsas del coche. A la vuelta ya íbamos todos a juego, con el equipaje, todo lleno de bolitas peludas, un primor.

Volvimos a entrar por la ventana, esta vez me acorde de la silla y no salté, pero al ir a apoyar un pie en la misma, Pedro la había quitado, con toda su buena intención, o no, ya ni sé, y claro me salió tal zancada de atleta que si no llega a ser porque estaba él esperándome abajo, atravieso la puerta del comedor, afortunadamente, sólo me choqué contra sus pectorales.

Una vez instalados, fuimos a la nevera para ver que había, pues Pedro me dijo que sus papás habían estado el finde pasado y habían tenido el detalle de dejarla llena de comida para cuando llegáramos, por tanto, nosotros no habíamos llevado más que el pan.

Si, si, llena de comida, cuando abrimos aquel refrigerador, por ponerle un nombre, que por cierto nos costó cinco minutos y a mí un coscorrón en la cabeza, pues la puerta estaba tan pegada que al ir Pedro a abrirla, se fue para atrás y yo, la mosca cojonera, como no, me llevé toda la embestida y me pegué contra la pared de detrás, el aparato sólo tenía estalactitas colgando y lloraba de pena de lo vacío que estaba, miento, había dos huevos y una cebolla con un clavo en el medio, supongo que para espantar a las moscas o yo que sé a quién leches que se pudiera meter en ese triste guarda comidas.

Pedro me sonrió y dijo: “Uy, pues debe haber estado mi hermana antes que nosotros, claro, debió de oír a mi madre decirme, lo de los entrecotes, los patés, los quesos y la ensalada campera”

“Lo mismo se lo ha comido la Mariana” comenté yo sonriendo y con los puños cerrados, por no estampar a Pedro o dejarle metido en la nevera y pirarme.

“Ay Cata, qué cosas tienes. Mira no importa tengo unos amiguetes en un pueblo a 5 km. de aquí y seguro que nos pueden traer algo”.

“Vale Pedro y si tienen una estufa, guays, pero vamos si tienen una habitación  en su casa calentita de sobra y nos pueden dar cobijo, ya sería la pera, 5 Km. nos los hacemos en un pis pas”

“Les voy a llamar a ver qué dicen” Pedro se marchó a la calle a buscar cobertura para poder llamar, ya que dentro de la casa, no había ni eso.

Yo mientras, me puse a echar un vistazo por la ventana de la cocina a ver qué veía por ahí y me encontré de frente con la fachada de una casa y una ventana con una cortina que en ese momento se movía. Me pareció ver a José Mota, haciendo “la vieja el visillo” o a la misma “vieja el visillo” mirándome y corriendo de nuevo otra vez la cortina a gran velocidad. Me imaginé que sería la Mariana, en ese momento entró Pedro a la casa:

“Ya está, Cata, en media horita les tenemos aquí y nos traen provisiones, eso sí, dicen que comen con nosotros”

“Bueno, no importa, Pedro, esto es demasiada soledad, no nos vendrá mal socializar un poco, por cierto, acabo de ver a la Mariana asomada en la ventana”

“Uy, te habrás confundido Cata, me acaba de decir Sebas, que era su nieto, que la pobre mujer falleció hace un mes, de la edad, ya sabes, eran ya 102 años”.

A partir de ahí empezaron a temblarme las piernas, los brazos y hasta me dieron tics nerviosos, pues yo tenía muy claro haber visto a esa mujer.

“¿Estás seguro Pedro, pero la han enterrado y todo eso? A ver si es que no estaba muerta”

“Cata que la han incinerado, tienen las cenizas en su casa, aquí es costumbre de eso”

“Pedro, me quiero ir, no estoy a gusto aquí, tengo miedo”

“Cata hija, algunas veces se te nota ya que eres talludita ¿eh?  Me recuerdas a mi vieja porque te pones muy pesada”

“¿Cómo talludita, eso que significa?”

“Pues que ya no tienes 20 años y no te mola la aventura, chica, me estás resultando un poco aburrida y yo sólo quiero divertirme”

En ese momento pasaron por mi cabeza todas las imágenes de lo que llevaba aguantando durante el día más lo de los días anteriores, incluso lo del primer día en el dentista, que quien me mandaría a mí entablar conversación con un petit suisse vestido de Travolta y entonces me puse en jarras y le dije:

¡Mira Travoltilla pesetero de poca monta, que no te sabes ni poner el tupé, ni te pareces por asomo a él, más bien me recuerdas al chiquilicuatre, si, al pintamonas ese que fue al Festival de Eurovisión y nos dejó a todos en ridículo, pues ese es tu aspecto y es que el amor es ciego, pero a mí me ha venido de repente la visión, ha sido un milagro, así que ahí te quedas con tu “casa del Amazonas”, tu nevera pidiendo salchichas, tus escaleras destroza pies, tu cama modelo iglú, el espíritu de la Mariana y reza para que no se te aparezca, porque no tiene muy buena pinta y tu ventanita por la que tanto te gusta saltar, para hacerte el chulito y el atleta, yo me voy y que te cunda con tus colegas, que seguro que son tan aventureros y divertidos como tú, ole y ole y no hagáis espiritismo, por siaca…!

Pedro me miraba sacudiendo la cabeza y colocándose el tupé, mientras que mascaba ese asqueroso chicle con olor a fresa ácida, yo me di media vuelta y me marché.

Curiosamente, unos días después vi una noticia en un Diario: “Panda de muchachos salen corriendo de una vivienda en un pueblo abandonado asustados porque según manifiestan, han visto al espíritu de la abuela de uno de ellos”.

¿Ves? Yo sé que vi a la Mariana, a saber a quién han quemao……


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