martes, 4 de noviembre de 2014

Capítulo 23 - El instructor "de gimnasio"

Hola Javi, me alegro un montón de que hayas encontrado a Esperanza, ahora sólo falta que coincidáis para conoceros mejor, a ver si la próxima cita atináis, ja,ja,ja. 


Bueno, te diré que yo sigo con lo mío y lo mío es que no doy pie con bola, parece que atraigo a los raros o la rara soy yo, no sé, je,je.


El caso es que me he apuntado a un gimnasio para hacer un poco de ejercicio, ya que, desde que me fui del pueblo, no conozco otro movimiento que el del traslado al trabajo y el cambio de ropa cada estación, que te tienes que agachar y eso para abrir los cajones, así que tengo las visagras que ni te cuento…

En fin que el primer día, como no tenía ni idea de lo que iba el tema de tanto aparato estrambótico, me acerqué a un muchacho, bastante aparente por cierto, que parecía ser el instructor o algo así. Juan, que es así como se llama, me dijo que en efecto tenía que hacer una tabla adaptada a mí y que me la iría cambiando según avanzara. El chico empezó a hacerme preguntas sobre mi vida cotidiana y el ejercicio que realizo normalmente y a mí como me gustó su físico y su amabilidad y vi que ya me había guiñado el ojo dos o tres veces, pues me quise hacer la chulita y le dije una sarta de falsedades que alucinas, entre ellas, que había corrido en varias maratones, que fui campeona de gimnasia rítmica y que acababa de salir de una operación por lesión en un torneo de tenis de profesionales. Ya lo sé, Javi, me pasé, pero hijo, cuando las necesidades de ligar aprietan, ni la verdad se respeta. 

En qué mala hora le dije todo aquello, este muchacho se debió de hacer la idea de que yo era como la Arantxa Sánchez Vicario y me hizo utilizar todos, absolutamente todos los aparatos del gimnasio, con tres series de 20 repeticiones cada una, menos mal que cada vez que se alejaba, yo contaba de 4 en cuatro, pero con todo y con eso, después de hora y media de recorrido por el gimnasio del terror, que es así como lo he bautizado, no quedaba una parte de mi cuerpo que yo pudiera mover sin sentir un dolor realmente escalofriante, hasta tal punto que al mirar al instructor, no sólo ya no me gustaba sino que le veía borroso y hasta me parecía que tenía cuernos como de demonio, para mí ese chico se había convertido en el auténtico y verdadero Satán, aunque Juan, al verme pálida con los brazos caídos, no levantaban de ninguna manera y las piernas tiesas porque no podía articular rodillas para caminar, debió de pensar que me había convertido en la novia del jovencito Fankenstein, con eso de que estábamos en Halloween….

Cuando mi encantador instructor me dijo: “bueno, hasta el jueves, descansa, lo has hecho muy bien” yo me di media vuelta, porque entera era incapaz, y le dije con lo que me quedaba de sonrisa, que más bien parecía la de Mari Trini: “¡nunca más, esto es un atentado contra los músculos, huesos y articulaciones de la gente! ¡debería estar prohibido! ¡Ahhh y no me llames, no quiero ni imaginar lo que debes hacer tú en la cama! Así que ¡deja de guiñarme el ojo! ¿ehhhh?”  Juan, por primera vez abrió los ojos de par en par, esbozó una sonrisa, que el muy capullo sí podía…..y me contestó: “Siento que te sientas mal, pero yo nunca te guiñé el ojo, tengo un tic nervioso desde que era pequeño, eso es todo” ¡Vaya corte me llevé y tanto esfuerzo para esto….! Javi, creo que voy a desistir y me voy a comprar un muñeco hinchable en las rebajas de enero.

1 comentario:

  1. jajaja,,,,,antes se caza a un mentiroso que a un cojo jajaja y,,,,,,por creida,,,,jajaja

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