Hola
Javi, espero que estés bien, yo ya recuperada, es que el otro día tuve un
pequeño incidente en el Museo Arqueológico, te cuento….
Resulta
que Pepe, el de las 50 posturas, el tántrico tan salao, je,je, me llamó para invitarme
a ir al Museo Arqueológico, que por lo visto los sábados por la tarde es
gratis, como soy tan sensible, al principio me lo tomé como una indirecta de
que me estaba llamando momia y quería llevarme con mis colegas o algo así, pero
él me aclaró que le gustaba mucho la historia y la antigüedad, así que me
pareció bien y fui con él a tan “interesante” Museo.
Nos
encontramos en la puerta a las 5 de la tarde, pues según Pepe, había mucho por
ver…El Museo estaba lleno de familias con niños así que la tarde prometía ser
movidita. Entramos y llegamos a un mostrador donde una señorita muy amable nos
entregó las entradas gratuitas, seguidamente fuimos hacia el acceso, pero Pepe
llevaba una mochila enorme y nos hicieron ir a consigna a dejarla, yo le
pregunté qué narices llevaba en ese pedazo de bolsa y me contestó que: dos
bocadillos de chorizo de cantimpalo, cuatro coca-colas, dos plátanos y un
paquete de galletas príncipe. Le dije que si es que no tenía pensado volver a
casa e iba a hacer noche por ahí…., me contestó que era nuestra merienda,
porque la visita al museo iba a ser muy larga y necesitábamos fuerzas y
energía.
¡Madre
mía! Por lo menos podría haberme preguntado de qué quería el bocata, pues el
chorizo me repite un montón y me sienta fatal, pero en fin, preferí no hacerle
ningún comentario al respecto.
Por
fin dejamos el mochilón de Pepe en una taquilla y me pidió que yo guardara la
llave. Llegamos por segunda vez al acceso que consistía en un sistema
automático, parecido al del metro, donde había una ranura para meter la entrada
y se abrían unas puertecillas de metacrilato o cristal transparentes, bueno, se
le abrían a todo el mundo, menos a mí, pues intenté pasar unas 5 veces y las
malditas puertecillas casi me parten las piernas.
Pepe
desde dentro, sin prestarme ninguna atención se limitaba a ver los carteles del
museo, mientras que yo tenía detrás una cola de unas 10 personas protestando y
llamándome de todo menos bonita, hasta que por fin, un miembro de seguridad se
acercó y solucionó el problema, que no era otro sino que yo estaba metiendo un
billete de metro en la ranura, en vez de la entrada del museo y es que tenía
los dos en el bolsillo y había elegido el erróneo.
Nada,
una confusión sin importancia, que casi me cuesta mis piernas, unos cuantos
empujones, insultos y un pisotón que me pegó un niño posiblemente mandado por
su papi, a ver si yo me impulsaba, salía volando y conseguía saltar por encima
del acceso. El caso es que tanta bronca, tanta cola y nadie se acercó a
ayudarme, excepto el señor de seguridad y porque le correspondía “desatascar”
el acceso, ¡cómo somos los humanos…, je,je! Por lo que pude leer luego sobre
los hombres primitivos, en amabilidad, solidaridad y compañerismo, hemos ido
“patrás como el cangrejo”, jeje.
Por
fin, una vez dentro, Pepe se dio cuenta de mi presencia, le debió de dar la
iluminación y acordarse de que había ido al Museo conmigo, así que me cogió de
la mano y me empezó a llevar por todos los pasillos del museo. La primera hora
fue estupenda, pues Pepe era como un guía y me iba contando todo sobre cada
etapa, Prehistoria, Edad Antigua, Edad, Media, etc.
Hubo algunas cosas que me
llamaron la atención, como curiosidad y es que con los años, al hombre humano
le ha ido creciendo el pene y a la mujer le ha venido muy bien el “No más
vello” porque ojito las pelambreras que se gastaban las muchachas
prehistóricas, hasta trenzas podían hacerse en sus partes, ¡qué barbaridad!
También
vi los huesos de un primitivo que le habían enterrado con el fémur de una vaca,
dicen que era un ritual o algo así, pero yo creo que a éste le había dado un
empacho y por no quitarle la pierna del bicho de la mano, pues las debió palmar
con ella bien agarrada, le enterraron así mismo, total, ya qué más daba.
Me
gustaron mucho las momias, bueno no es que sean bonitas, pero sí curiosas de
ver e impresionante saber que alguien se tiró no sé cuánto tiempo enrollando el
cuerpo de un fiambre con una tela.
Vasijas
y platos, había un montón y a mí me sorprendía que con tan poco utensilio de
trabajo pudieran hacer todas esas maravillas, creo que cada vez somos más
torpes, porque ahora, con todo la maquinaria y material con el que contamos
para fabricar, vajillas, vasos y demás, ¡anda que no tenemos que ir veces a descambiarlos porque están rayados o el dibujo torcido! Cuando no se te rompe
el primer día sólo por meterlo en agua caliente y mira los cacharros que hay en
el museo que llevan siglos y a saber de dónde los han desenterrado y están
intactos.
Llegó
un momento en el que tuve que ir al cuarto de baño y Pepe me esperó fuera.
Había bastante cola y tardé como diez minutos en salir, lo suficiente para que
cuando saliera, Pepe hubiera desaparecido, no había ni rastro de él. Empecé a
caminar por los pasillos, incluso pregunté a varios vigilantes, bueno, creo que
fue todo el rato al mismo, porque ya me ponía mala cara y es que debí de dar
cuatro vueltas por mismo pasillo, aquello era un laberinto.
Al
final opté por llamar a Pepe al móvil y conseguí localizarle, me dijo que
subiera a la segunda planta, así que allí me dirigí, pero nada, recorrí todos
los pasillos y ni rastro. Le volví a llamar y me con la voz entrecortada, pude
entenderle “su…be…se…gun..da..tor…pe!!!”
¿Torpe,
ha dicho torpe? No creo, habrá dicho a tope, tendrá prisa. Así que me subí
corriendo a la segunda planta, me la
recorrí de cabo a rabo, pero nada, Pepe seguía “desaparecido”.
De tanto subir y
bajar por las escaleras del museo empezaba a tener los pies devorados, pues
como mi supuesto acompañante era muy altote, me había puesto tacones, para no
desentonar demasiado, pero si lo llego a saber, me hubiera puesto las
zapatillas de running o las de step o aerobic, por lo menos habría aprovechado
para pegarme una sesión de cardio, pero con un calzado adecuado.
Volví
a llamar a Pepe, pero esta vez no recibí respuesta, así que decidí recorrerme
todas las plantas una a una, total ya, de perdidos al río. Al final de mi dura
excursión, sin éxito y ya casi arrastrándome por los pasillos me sonó el móvil,
era Pepe….
“¡Hola
Cata! ¿dónde estás hija? ¡anda que cómo te has escaqueado!” Me lo como con
patatas!!!!
“¿Qué yo me he escaqueado? ¡Si sólo he ido al cuarto de baño y
cuando he salido no estabas, ni apareces y estoy empezando a pensar que te has
metido en la tumba con Nefertiti o yo que sé que has hecho!”
“Mira niña, que
sólo quería decirte que me he encontrado aquí casualmente con María, mi antigua
novia y como hace tanto que no nos vemos, nos vamos a ir a tomar algo, así que
porfa si me das la llave de la taquilla para coger mi mochila, es que nos vamos
a comer también los bocatas, je,je, no te importa ¿verdad? Sé que tú eres
comprensiva, je,je.”
En
ese momento, hubiera matado, pero no por la Andreita, como la Esteban, sino por
haber tenido a ese energúmeno delante de mío para explicarle y no con palabras,
cómo me sentía, pero mi cuerpo, mis pies y mis piernas no daban para más, así
que le colgué el teléfono, me metí en el primer baño que pillé y con una
sonrisa de oreja a oreja abrí la tapa de la cisterna e introduje allí mismo la
llave de la taquilla. Seguidamente, llamé a Pepe por teléfono y así le dije:
“Hola
mi amol…., yo también me he encontrado a unos amigos y como tienen prisa, he de
irme enseguida con ellos, pero no quiero dejarte sin tu mochila, así que te he
metido la llavecita en una de las cisternas de los 6 baños de mujeres que hay
en el museo, ¡adivinasssss…..! Busca y encontrarás…., que te vaya bonito,
muaccccc!!!!”
Cuando
ya me marchaba, me di cuenta de que también había un ascensor, ¡qué fallo,
tarde…! En fin, como te he dicho, ya me voy recuperando de las rozaduras, el
hinchazón de pies y dedos y te prometo que no volveré a ver a Pepe ni tampoco a
ir al Museo Arqueológico.
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