La Semana Santa aquella no fue
bien, no, nada bien, me pase las fiestas porteando una imagen, pero no fui
capaz de conseguir novia.
Pero eso si, después de ver a mi
amiga morreándose con el monaguillo y de ducharme para quitarme aquel espantoso
olor que dejaron en mi cuerpo los colegas porteadores, salí a pasear por
aquella ciudad, sobre todo, para poder olvidar.
La verdad es que hacía un día
maravilloso, el Sol estaba en todo lo alto e invitaba a conocer sitios y
gentes.
Según llegué a la Plaza de
España, me senté en un banco, si, un banco de esos que te dejan la espalda como
si te hubieses caído por un precipicio, y allí sentado, empecé a contemplar las
decoraciones que adornaban las paredes de aquella por otro lado, espléndida
plaza.
Imaginé mi vida acompañado por
una preciosa mujer, y de cómo sería mi vida en pareja.
En medio de aquellos idílicos
pensamientos, oí una voz que decía: “Hola”. Era la voz de de la que luego supe
se llamaba Macarena.
Volví la mirada hacia ella y pude
comprobar, que Macarena, me estaba hablando a mí.
“Hola”, dije yo con voz
quebradiza.
“Reola, zaleroso”, dijo ella, con
una dulzura, que a mi me pareció salida de los mismísimos cielos.
“Que hace aquí zolo un sico tan
guapo???”
Yo volví mi vista hacia atrás,
por si no me estaba hablando a mí, y después de oír la sonrisa de Macarena, me
dirigí a ella diciendo: “Pues poca cosa, solo pasando el día”.
“Poz oye, no eztá la coza pá perdé
er tiempo”, dijo ella.
“Ta peteze pazeá po Zevilla
conmigo???”.
“Pues claro”, dije yo.
“Pos na mi arma, vamo a darle
guzto ar cuerpo y vamo a ve Zevilla, que e mu bonita”.
Mi cerebro me decía: -No vayas,
que no sabes quién es y además es demasiado guapa como para que le gustes-
Pero mi corazón decía: - No hagas
caso al cerebro, que es un aguafiestas-
Así que haciendo caso omiso a la
masa gris, me fui con Macarena a ver Sevilla.
“Po hale, amo a paseá en caleza”.
La “caleza” es un coche tirado
por caballos, que te pasea por toda la ciudad y que cuesta 200 euros.
“Pues vamos”, dije yo, antes de
saber lo que costaba el paseíto.
Antes de subir al carruaje, a mí
no se me ocurre otra cosa que acercarme al caballo y hacerle una caricia en la
grupa, lo que no está mal, siempre y cuando al caballo no le dé por lanzar sus
excrementos sobre mis zapatos.
Hala, zapatos hechos un asco,
pero no importa, la gente de aquí debe estar acostumbrada, pero claro, es
que no puedo parar, y nueva caricia en
los lomos del jaco, que provocan una extraña reacción en él, o mejor dicho en
mí, pues me pegó una coz en el esternón, que me dejó tirado en el suelo y con
solo un ápice de respiración.
Recuperada la vida, que pensé se
me iba, subí como pude al carruaje, sin fijarme en los adornos metálicos del
mismo, que produjeron un corte cual cirujano, en una de las perneras de mi
pantalón.
Una vez sentado, y ya con el
vehículo en movimiento, Macarena me fue explicando lo que íbamos viendo.
“Miiiiraaaaa…………….la Girarda!!!!!………………miiiiraaaaa………….Er
parque de María Luisa………..miiiiraaaaa……………..una paloma volandoooo……….
En vuelo de rasante, porque me
dio con todo el pico en la frente.
“Jajajajaja”, rió Macarena. “Pero
mi arma, ezquiva lo pajarillooooo”.
Pajarillo????, pero si esa paloma
debía pesar cien kilos!!!!.
Durante el viaje pude conocer a
toda la fauna autónoma………
Palomas, pájaros, mosquitos,
moscas, abejarucos, abejas, gorriones, jilgueros y un gran etcétera de
animalillos que no sé exactamente por qué, aparcaban sus picos, patas y heces
sobre mi cara, hombros y brazos.
Excepción hecha, claro está, de
un perrillo abandonado, que cuando me bajé de la “caleza” y para beber agua de
una fuente, me mordió en la pierna que aún conservaba su pernera intacta, hasta
ese momento claro!!!!.
La imagen era espectacular, una
mujer preciosa sentada sobre el carruaje, un carruaje lleno de ornamentos
dorados y brillando al Sol, un conductor perfectamente ataviado y yo, yo parecía
un indigente, lleno de picaduras en la cara, con los pantalones rotos y la
camisa empapada con el ADN de todos los pájaros de Sevilla.
Al terminar el recorrido,
Macarena se despidió con cara de asco, el conductor solicitó el pago del viaje,
y yo con mi atuendo de pedir de los domingos, me fui cabizbajo hacia el hotel
Palace donde me alojaba.
Al llegar a la puerta del hotel, el
portero, perfectamente ataviado con su traje de gala y su sombrero de copa, me
dijo: “Lo siento, aquí no se puede pedir”.
Después de explicarle que me
alojaba en la habitación 306 de aquel hotel, llamó inmediatamente a la Policía.
Tras varias explicaciones del por
qué de mi atuendo y de demostrar que estaba alojado en ese hotel, pude entrar en
el hall del mismo. Yo notaba las miradas de los huéspedes clavadas en mi
aspecto.
Caminé por aquel inacabable
pasillo que daba acceso al ascensor, llegué a mi habitación, abrí la puerta de
la terraza y pensé por un instante en acabar con mi miserable existencia.
Menos mal que me dí cuenta, que
con una ducha y con ropa nueva, todos mis problemas se habían acabado.
Sentado en el sillón de mimbre de
aquella espléndida terraza y mientras llevaba mis pensamientos a todo lo
sucedido en aquel día, una paloma me sobrevoló y……………
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