martes, 7 de abril de 2015

Capítulo 61 – Después de la Semana Santa.



La Semana Santa aquella no fue bien, no, nada bien, me pase las fiestas porteando una imagen, pero no fui capaz de conseguir novia.

Pero eso si, después de ver a mi amiga morreándose con el monaguillo y de ducharme para quitarme aquel espantoso olor que dejaron en mi cuerpo los colegas porteadores, salí a pasear por aquella ciudad, sobre todo, para poder olvidar.

La verdad es que hacía un día maravilloso, el Sol estaba en todo lo alto e invitaba a conocer sitios y gentes.

Según llegué a la Plaza de España, me senté en un banco, si, un banco de esos que te dejan la espalda como si te hubieses caído por un precipicio, y allí sentado, empecé a contemplar las decoraciones que adornaban las paredes de aquella por otro lado, espléndida plaza.

Imaginé mi vida acompañado por una preciosa mujer, y de cómo sería mi vida en pareja.

En medio de aquellos idílicos pensamientos, oí una voz que decía: “Hola”. Era la voz de de la que luego supe se llamaba Macarena.

Volví la mirada hacia ella y pude comprobar, que Macarena, me estaba hablando a mí.

“Hola”, dije yo con voz quebradiza.

“Reola, zaleroso”, dijo ella, con una dulzura, que a mi me pareció salida de los mismísimos cielos.

“Que hace aquí zolo un sico tan guapo???”

Yo volví mi vista hacia atrás, por si no me estaba hablando a mí, y después de oír la sonrisa de Macarena, me dirigí a ella diciendo: “Pues poca cosa, solo pasando el día”.

“Poz oye, no eztá la coza pá perdé er tiempo”, dijo ella.

“Ta peteze pazeá po Zevilla conmigo???”.

“Pues claro”, dije yo.

“Pos na mi arma, vamo a darle guzto ar cuerpo y vamo a ve Zevilla, que e mu bonita”.

Mi cerebro me decía: -No vayas, que no sabes quién es y además es demasiado guapa como para que le gustes-

Pero mi corazón decía: - No hagas caso al cerebro, que es un aguafiestas-

Así que haciendo caso omiso a la masa gris, me fui con Macarena a ver Sevilla.

“Po hale, amo a paseá en caleza”.

La “caleza” es un coche tirado por caballos, que te pasea por toda la ciudad y que cuesta 200 euros.

“Pues vamos”, dije yo, antes de saber lo que costaba el paseíto.

Antes de subir al carruaje, a mí no se me ocurre otra cosa que acercarme al caballo y hacerle una caricia en la grupa, lo que no está mal, siempre y cuando al caballo no le dé por lanzar sus excrementos sobre mis zapatos.

Hala, zapatos hechos un asco, pero no importa, la gente de aquí debe estar acostumbrada, pero claro, es que  no puedo parar, y nueva caricia en los lomos del jaco, que provocan una extraña reacción en él, o mejor dicho en mí, pues me pegó una coz en el esternón, que me dejó tirado en el suelo y con solo un ápice de respiración.

Recuperada la vida, que pensé se me iba, subí como pude al carruaje, sin fijarme en los adornos metálicos del mismo, que produjeron un corte cual cirujano, en una de las perneras de mi pantalón.

Una vez sentado, y ya con el vehículo en movimiento, Macarena me fue explicando lo que íbamos viendo.

“Miiiiraaaaa…………….la Girarda!!!!!………………miiiiraaaaa………….Er parque de María Luisa………..miiiiraaaaa……………..una paloma volandoooo……….

En vuelo de rasante, porque me dio con todo el pico en la frente.

“Jajajajaja”, rió Macarena. “Pero mi arma, ezquiva lo pajarillooooo”.

Pajarillo????, pero si esa paloma debía pesar cien kilos!!!!.

Durante el viaje pude conocer a toda la fauna autónoma………

Palomas, pájaros, mosquitos, moscas, abejarucos, abejas, gorriones, jilgueros y un gran etcétera de animalillos que no sé exactamente por qué, aparcaban sus picos, patas y heces sobre mi cara, hombros y brazos.

Excepción hecha, claro está, de un perrillo abandonado, que cuando me bajé de la “caleza” y para beber agua de una fuente, me mordió en la pierna que aún conservaba su pernera intacta, hasta ese momento claro!!!!.

La imagen era espectacular, una mujer preciosa sentada sobre el carruaje, un carruaje lleno de ornamentos dorados y brillando al Sol, un conductor perfectamente ataviado y yo, yo parecía un indigente, lleno de picaduras en la cara, con los pantalones rotos y la camisa empapada con el ADN de todos los pájaros de Sevilla.

Al terminar el recorrido, Macarena se despidió con cara de asco, el conductor solicitó el pago del viaje, y yo con mi atuendo de pedir de los domingos, me fui cabizbajo hacia el hotel Palace donde me alojaba.
Al llegar a la puerta del hotel, el portero, perfectamente ataviado con su traje de gala y su sombrero de copa, me dijo: “Lo siento, aquí no se puede pedir”.

Después de explicarle que me alojaba en la habitación 306 de aquel hotel, llamó inmediatamente a la Policía.

Tras varias explicaciones del por qué de mi atuendo y de demostrar que estaba alojado en ese hotel, pude entrar en el hall del mismo. Yo notaba las miradas de los huéspedes clavadas en mi aspecto.

Caminé por aquel inacabable pasillo que daba acceso al ascensor, llegué a mi habitación, abrí la puerta de la terraza y pensé por un instante en acabar con mi miserable existencia.

Menos mal que me dí cuenta, que con una ducha y con ropa nueva, todos mis problemas se habían acabado.


Sentado en el sillón de mimbre de aquella espléndida terraza y mientras llevaba mis pensamientos a todo lo sucedido en aquel día, una paloma me sobrevoló y……………

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