Bueno
Javi, no te lo vas a creer, pero después de la movida con Ismael, la de los
melones y mi Alberto, al final se arregló todo de tal manera, que se nos
ocurrió la feliz idea de juntarnos los cuatro para comer en un restaurante
árabe que le habían recomendado a Alberto.
Pues
nada, Alberto reservó la mesa y allí nos presentamos a la hora a la que
habíamos quedado, arregladitos, pintaditos, acicalaitos y perfumaditos.
A
los cinco minutos apareció Piña Colada (La frutera) con medio pepino (Ismael) y
yo no me sorprendí en absoluto de su indumentaria, pero a Alberto se le puso
inmediatamente cara de retortijón, de hecho le debió dar uno, pues a los cinco
minutos salió pitando para el baño más tieso que un palo y con el culillo
apretao.
Y
es que no era para menos y te describo a cada uno:
La
frutera: Falda de tubo negra, modelo camino como las muñecas de famosa porque
no me da pa más, por encima de la rodilla, muy por encima, lo suficiente para
mostrar unión de media con liga, negra y de redecilla, top rosa chillón de
escándalo con puntilla albergando los melones a punto de asomar, camisa del
mismo chillido, digo color rosa chillón transparente, que pa qué llevarla si
sólo tenía abrochados los dos botones de abajo. Chaqueta negra, ella la llamaba
“torerita” yo la llamé modelo “Primera Comunión” porque la hubiera valido a su
sobrina, la Mari Tere y eso que la niña está fondona. Pelo tipo leona como si
Ismael la hubiera traído en moto sin casco y zapatos de tacón y de punta,
negros con un tacón de pabernos matao, unos 20 cm.
Ismael:
Pantalón verde puñeta de los que se te ponen los ojos como a los chinos cuando
lo miras, subido lo justo para marcar y ya es difícil que Ismael marque algo,
camisa de flores, pequeñas, eso sí, modelo mantel que pone mi tía Jacinta en
Navidades, pelo echado para atrás con gomina, tipo como si se lo hubiera lamido
una vaca y chaqueta beige tipo “me voy de safari”, todo ello acompañado de
zapatos de punta marrones “modelo, te pongo una inyección si me tocas las
narices” eso sí de cordones y con la puntita de charol brillante.
A
pesar de todo, hicimos la vista gorda para que no hubiera acritud y la cena se
desenvolvió con normalidad, aunque la frutera sólo comió arroz y fruta, porque
decía que era lo que la tocaba con la dieta, eso sí, del vino debía tener vía
libre, porque se metió media botella ella sola y así pasó….
Tras
la cena había un espectáculo, que si llegamos a saber, cobramos nosotros en vez
de los del restaurante y es que fue empezar a sonar la música árabe, salir una
muchacha a bailar la danza del vientre y nuestra querida Piña colada, cogió la
servilleta, que encima era de papel, se la puso en la cara como la llevaba la
bailarina, se levantó como muy crecida, se quitó la camisa transparente, con lo
que se quedó con el top y mostrando pechotes y michelines y se puso junto a la
bailarina profesional, imitando sus fabulosos movimientos, pero los de ella no
eran tan fabulosos, más bien parecía que se le había metido algo por la cintura
o que la picaban sus partes pues el movimiento era realmente repugnante.
Ismael
la ponía ojitos y la sonreía, a Alberto se le abrió la boca como para meterle
una pelota de tenis dentro y yo tuve que ir al baño varias veces para evitar
una inundación en el local, porque no podía con la risa.
Pero
esto no fue todo, entre aplausos y ovaciones de los comensales que había en el
restaurante, la frutera se fue creciendo hasta el punto de que tiró del mantel
de una mesa, se subió encima y allí continuó su movimiento de caderas como si
tuviera una pierna más corta que otra, entonces vino el no va más, Ismael
también se vino arriba y subió a acompañarla en sus movimientos y conteneos,
pero éste parecía que tenía lumbago, pues bailaba para adelante y para detrás
con las manos puesta en la zona lumbar, un cuadro vamos.
Alberto
no podía articular palabra, sólo miraba con los ojos como platos y la boca de
par en par.
Los
comensales se fueron levantando y marchando del restaurante hasta que nos
quedamos solos.
De
repente apagaron la música y apareció el dueño del restaurante pegando voces en
árabe.
Alberto
sólo decía: “Rachid, deja que te explique” pero Rachid no atendía a razones,
nos trajo la cuenta, de la cena, del mantel, vasos y platos que había roto la
de los melones y la indemnización por haber ahuyentado a los clientes.
Una
vez saldadas las cuentas salimos del restaurante y yo que se me había puesto
una mala leche del quince, porque encima tuve que pagar la factura pues
casualmente, allí todo cristo había olvidado su cartera en casa…., me puse a frente con los tortolitos y el
embobao y les di a cada uno lo suyo:
“¡Tú,
melones! ¿Cómo se te ocurre presentarte en un restaurante como éste vestida de
esa manera, que pareces salida de un reality show? ¡Qué! ¿Venías preparada para
dar el espectáculo? Pues haberlo dicho y habría sido tu Manager, por lo menos
habríamos sacado algo, hija, aunque aquí tu maromo también se las trae, Ismael,
hijo mío, antes eras hortera, pero ahora te superas con creces ¿me puedes decir
de dónde has sacado semejantes ropajes? ¿Te los has comprado en la ropa de
segunda mano del Rastro? ¿Y la chaqueta de safari te la has traído porque
vienes con la leona…? Por lo menos te podrías haber traído la gorrilla para
irla pasando al final del espectáculo que nos ha dado tu querida frutera, lo
mismo habríamos sacado para la propina del camarero”
“¡Y
tú, embobao, no te escaquees, que para ti también hay! No te he oído apenas
decir nada en toda la noche, se te puso la boca pez globo cuando apareció la
frutera por la puerta y así te has quedado toda la noche, ¿qué tienen esos
pechos que no tengan los míossss, ehhhh?” “hombre, Cata, je,je” “ya claro, si
sé dónde tienes tú la inteligencia, la clase y el estilo”
“¿Y
lo de la cartera, qué me decís? ¿os la han robado a todos en el metro? O sois
una panda de caraduras que os habéis asociado contra mí o que me digan dónde
está la cámara oculta.”
“Así
que venga, piña colada y gazpacho, cogeros vuestra Sansonite y marcharos para
el pueblo del que nunca debisteis salir y tú, embobao de media tinta, búscate a
una con buenos melones que satisfaga tu deseo carnal y que aguante tu poco
sexapil. ¡Ahí os quedáis!”
Ante
las atónitas miradas de mis tres acompañantes nocturnos, me di media vuelta y
me marché.
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