sábado, 4 de abril de 2015

Capítulo 60 - Ahora sí que la hemos liaoooo...

Bueno Javi, no te lo vas a creer, pero después de la movida con Ismael, la de los melones y mi Alberto, al final se arregló todo de tal manera, que se nos ocurrió la feliz idea de juntarnos los cuatro para comer en un restaurante árabe que le habían recomendado a Alberto.

Pues nada, Alberto reservó la mesa y allí nos presentamos a la hora a la que habíamos quedado, arregladitos, pintaditos, acicalaitos y perfumaditos.

A los cinco minutos apareció Piña Colada (La frutera) con medio pepino (Ismael) y yo no me sorprendí en absoluto de su indumentaria, pero a Alberto se le puso inmediatamente cara de retortijón, de hecho le debió dar uno, pues a los cinco minutos salió pitando para el baño más tieso que un palo y con el culillo apretao.

Y es que no era para menos y te describo a cada uno:

La frutera: Falda de tubo negra, modelo camino como las muñecas de famosa porque no me da pa más, por encima de la rodilla, muy por encima, lo suficiente para mostrar unión de media con liga, negra y de redecilla, top rosa chillón de escándalo con puntilla albergando los melones a punto de asomar, camisa del mismo chillido, digo color rosa chillón transparente, que pa qué llevarla si sólo tenía abrochados los dos botones de abajo. Chaqueta negra, ella la llamaba “torerita” yo la llamé modelo “Primera Comunión” porque la hubiera valido a su sobrina, la Mari Tere y eso que la niña está fondona. Pelo tipo leona como si Ismael la hubiera traído en moto sin casco y zapatos de tacón y de punta, negros con un tacón de pabernos matao, unos 20 cm.

Ismael: Pantalón verde puñeta de los que se te ponen los ojos como a los chinos cuando lo miras, subido lo justo para marcar y ya es difícil que Ismael marque algo, camisa de flores, pequeñas, eso sí, modelo mantel que pone mi tía Jacinta en Navidades, pelo echado para atrás con gomina, tipo como si se lo hubiera lamido una vaca y chaqueta beige tipo “me voy de safari”, todo ello acompañado de zapatos de punta marrones “modelo, te pongo una inyección si me tocas las narices” eso sí de cordones y con la puntita de charol brillante.
A pesar de todo, hicimos la vista gorda para que no hubiera acritud y la cena se desenvolvió con normalidad, aunque la frutera sólo comió arroz y fruta, porque decía que era lo que la tocaba con la dieta, eso sí, del vino debía tener vía libre, porque se metió media botella ella sola y así pasó….

Tras la cena había un espectáculo, que si llegamos a saber, cobramos nosotros en vez de los del restaurante y es que fue empezar a sonar la música árabe, salir una muchacha a bailar la danza del vientre y nuestra querida Piña colada, cogió la servilleta, que encima era de papel, se la puso en la cara como la llevaba la bailarina, se levantó como muy crecida, se quitó la camisa transparente, con lo que se quedó con el top y mostrando pechotes y michelines y se puso junto a la bailarina profesional, imitando sus fabulosos movimientos, pero los de ella no eran tan fabulosos, más bien parecía que se le había metido algo por la cintura o que la picaban sus partes pues el movimiento era realmente repugnante.
Ismael la ponía ojitos y la sonreía, a Alberto se le abrió la boca como para meterle una pelota de tenis dentro y yo tuve que ir al baño varias veces para evitar una inundación en el local, porque no podía con la risa.

Pero esto no fue todo, entre aplausos y ovaciones de los comensales que había en el restaurante, la frutera se fue creciendo hasta el punto de que tiró del mantel de una mesa, se subió encima y allí continuó su movimiento de caderas como si tuviera una pierna más corta que otra, entonces vino el no va más, Ismael también se vino arriba y subió a acompañarla en sus movimientos y conteneos, pero éste parecía que tenía lumbago, pues bailaba para adelante y para detrás con las manos puesta en la zona lumbar, un cuadro vamos.

Alberto no podía articular palabra, sólo miraba con los ojos como platos y la boca de par en par.

Los comensales se fueron levantando y marchando del restaurante hasta que nos quedamos solos.

De repente apagaron la música y apareció el dueño del restaurante pegando voces en árabe.

Alberto sólo decía: “Rachid, deja que te explique” pero Rachid no atendía a razones, nos trajo la cuenta, de la cena, del mantel, vasos y platos que había roto la de los melones y la indemnización por haber ahuyentado a los clientes.

Una vez saldadas las cuentas salimos del restaurante y yo que se me había puesto una mala leche del quince, porque encima tuve que pagar la factura pues casualmente, allí todo cristo había olvidado su cartera en casa….,  me puse a frente con los tortolitos y el embobao y les di a cada uno lo suyo:

“¡Tú, melones! ¿Cómo se te ocurre presentarte en un restaurante como éste vestida de esa manera, que pareces salida de un reality show? ¡Qué! ¿Venías preparada para dar el espectáculo? Pues haberlo dicho y habría sido tu Manager, por lo menos habríamos sacado algo, hija, aunque aquí tu maromo también se las trae, Ismael, hijo mío, antes eras hortera, pero ahora te superas con creces ¿me puedes decir de dónde has sacado semejantes ropajes? ¿Te los has comprado en la ropa de segunda mano del Rastro? ¿Y la chaqueta de safari te la has traído porque vienes con la leona…? Por lo menos te podrías haber traído la gorrilla para irla pasando al final del espectáculo que nos ha dado tu querida frutera, lo mismo habríamos sacado para la propina del camarero”

“¡Y tú, embobao, no te escaquees, que para ti también hay! No te he oído apenas decir nada en toda la noche, se te puso la boca pez globo cuando apareció la frutera por la puerta y así te has quedado toda la noche, ¿qué tienen esos pechos que no tengan los míossss, ehhhh?” “hombre, Cata, je,je” “ya claro, si sé dónde tienes tú la inteligencia, la clase y el estilo”

“¿Y lo de la cartera, qué me decís? ¿os la han robado a todos en el metro? O sois una panda de caraduras que os habéis asociado contra mí o que me digan dónde está la cámara oculta.”

“Así que venga, piña colada y gazpacho, cogeros vuestra Sansonite y marcharos para el pueblo del que nunca debisteis salir y tú, embobao de media tinta, búscate a una con buenos melones que satisfaga tu deseo carnal y que aguante tu poco sexapil. ¡Ahí os quedáis!”


Ante las atónitas miradas de mis tres acompañantes nocturnos, me di media vuelta y me marché.

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