Hola
Javi ¿cómo has empezado el año…? Yo muy movidito, te cuento.
Con
la pena por el fracaso con mi francesito, de repente me animé cuando recibí un
mensaje de Luis:
“Hola
Cata, me interesa tu perfil, ¿podemos conocernos?”
Me
sorprendió un poco que le interesara algo de mi perfil, pues después de la
aventura por el último cambio, decidí borrar todo y dejar únicamente los datos
obligatorios y la foto (muy de lejos que ni se me ve), así que como no le
gustara mi lugar de nacimiento….
En
fin, me aventuré a contestarle:
“Hola
Luis, me parece bien, tú me dirás dónde nos vemos”
(lo
que hace la experiencia, ya sin rodeos…)
Pero
él fue aún más escueto y así me contestó:
“Bar
“Marchita buena” Calle Salsa, 3, sábado a las 20 horas, vente cómoda, un
saludo”
¿Vente
cómoda? Uyyyy, pensé, ni que fuéramos a
hacer un triatlón, a ver este nuevo rarito, de qué va….
Llegó
el sábado y allí me presenté, arregladita, pintadita, eso sí, con botines casi
planos sin tacón.
Nada
más llegar pude ver en la puerta, a quien yo pensé que era el guarda de
seguridad, un tío de más o menos 1,90 de altura, que se parecía al hombre de
piedra de los 4 fantásticos, ¡vaya pedazo de brazos, de piernas y de cuerpo!.
De la mandíbula ni hablar, parecía que masticaba chicle dos horas seguidas diarias,
con la fortaleza que aparentaba aquello, vamos de los que te pega un bocado y
no suelta, porque no puede, como los pitbull.
“Buenas
noches”, dije, “¿Qué cuesta la entrada?”
“Hola
Cata, no soy el portero, soy Luis”
En
ese momento quise morir, desaparecer o fundamentalmente, no ser Cata.
No
me dio tiempo, me cogió por la cintura, me apretó contra él y me plantó dos
besos que creí perder las mejillas. Cuando conseguí separarme, pensé que me
había roto dos o tres costillas ¡madre mía, qué manera de apretar, qué
miedooooo!
Una
vez recuperada del tremendo achuchón, nos metimos en el pub. Aquello estaba muy
oscuro, la música “salsa” y un montón de parejas bailando espectacularmente
bien, parecía la película de Dirty Dancing, pero ni yo era Baby ni mucho menos
Luis era Johnny, así que preferí bajar
de la nube.
Luis
me dejó en la barra y sin decir palabra, empezó a moverse por la sala, como pez
en el agua, sacando a bailar a unas y a otras y haciendo unos bailes y unas
piruetas de escándalo. Yo no podía dar crédito, ni tampoco explicarme qué
pintaba yo en esta historia o qué le había indicado de mi perfil que a mí
gustara conocer a un tío para que me meta en un pub, me deje en la barra y se
ponga a bailar con todas las pedazo salseras del local. Yo a eso le llamo masoquismo,
no hay otra.
Bueno,
por fin, llegó mi gran momento, mi estreno como bailarina, en la vida había
bailado ni en la discoteca del pueblo, pues era incapaz de coordinar un pie con
el otro, con o sin ritmo, pero este muchacho, no sé qué extraño lío se debió de
hacer en su gran cabeza que de repente apareció con unos zapatos de un tacón de
unos 20 cm. en la mano y me dijo:
“Preciosa,
te toca, pero ponte estos zapatos de princesa, no me bailes con esos botines
horribles”
A
pesar de mis protestas y forcejeos, inútiles, con su gran sonrisa y por cierto,
con una mella en todo el medio de la dentadura, me sentó en un sillón, me quitó
las botas, me plantó los zapatos y me puso en pie. A partir de ahí, ya no sé ni
lo que me aconteció, mi cuerpo pasó a ser el de una muñeca de trapo, zarandeada
por un monstruo que me movía para adelante, para detrás, para arriba, para
abajo, creo que volé y no sé si también me zarandearon el resto de bailarines
que había en la sala, pues llegué a tener tal mareo que sólo veía caras sonrientes
y el músculo venoso de un brazo enorme, el de Luis.
Fueron
sólo unos 3 ó 4 minutos, pero creo que los peores de mi vida.
Cuando
acabó la pesadilla, me vi tirada en el suelo en medio de la pista, me dolían
hasta los pendientes, los taconazos de los zapatos se habían perdido por el
camino, con lo que parecía que llevaba zuecos, mi peinado era un cuadro,
parecía la niña del exorcista. Fue una experiencia horrible, humillante y muy
divertida para el resto de bailarines que no paraban de reír señalándome.
De
repente, Luis se me acercó y sin ni siquiera ayudarme a levantarme me dijo:
“Nena, soy profesor de baile ¿te interesarían unas clasecitas? Te hacen mucha
falta”
Mi
tono de cara cambió, me puse roja y me salieron cuernos, sí, como al demonio,
hasta se me quitaron los dolores, me levanté como un resorte y le dije:
“Chico,
lo tuyo no tiene nombre, no sólo tienes poco vocabulario y un cuerpo que no es
normal, encima porque tú quieres, sino que te permites el lujo de obligar a
personas inocentes a bailar y destrozarse su cuerpo contra el tuyo, aunque no
les guste, a ponerse unos zapatos de bruja, encima usados de otra, que me ha
pegao todo el sudor y el olor a pies. ¿todo por conseguir una puñetera clase de
baile? ¿es para pagarte el dentista y ponerte un diente en esa mella que
tienes? ¿Y por qué no pones en tu perfil? “Hola quiero conocerte para
torturarte y hacerte desear que yo me mueraaaaaa” Porque eso es lo que yo
siento ahora mismo. Adiós Luis, por un anuncio como Dios manda y ya se apuntará
quien le de la gana a aprender a bailar, no quién tú quieras ¿vale? Que te
pareces a los maniacos de las películas de los domingos por la tarde. ¿Cuál es
tu trauma de la infancia, ehhhhh……?????”
Dicho
esto y ante el estupor de Luis y del resto del personal, me di media vuelta y
me fui, con los zapatos salseros sin tacón y mis botines en la mano, andando
como el chiquito de la calzada, no me daba el cuerpo para más.
Desde
entonces, mi vida ya no es la misma.
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