miércoles, 14 de enero de 2015

Capítulo 40 - Mira quién baila....


Hola Javi ¿cómo has empezado el año…? Yo muy movidito, te cuento.

Con la pena por el fracaso con mi francesito, de repente me animé cuando recibí un mensaje de Luis:

“Hola Cata, me interesa tu perfil, ¿podemos conocernos?”

Me sorprendió un poco que le interesara algo de mi perfil, pues después de la aventura por el último cambio, decidí borrar todo y dejar únicamente los datos obligatorios y la foto (muy de lejos que ni se me ve), así que como no le gustara mi lugar de nacimiento….

En fin, me aventuré a contestarle:

“Hola Luis, me parece bien, tú me dirás dónde nos vemos”
(lo que hace la experiencia, ya sin rodeos…)

Pero él fue aún más escueto y así me contestó:

“Bar “Marchita buena” Calle Salsa, 3, sábado a las 20 horas, vente cómoda, un saludo”
¿Vente cómoda? Uyyyy,  pensé, ni que fuéramos a hacer un triatlón, a ver este nuevo rarito, de qué va….

Llegó el sábado y allí me presenté, arregladita, pintadita, eso sí, con botines casi planos sin tacón.

Nada más llegar pude ver en la puerta, a quien yo pensé que era el guarda de seguridad, un tío de más o menos 1,90 de altura, que se parecía al hombre de piedra de los 4 fantásticos, ¡vaya pedazo de brazos, de piernas y de cuerpo!. De la mandíbula ni hablar, parecía que masticaba chicle dos horas seguidas diarias, con la fortaleza que aparentaba aquello, vamos de los que te pega un bocado y no suelta, porque no puede, como los pitbull.

“Buenas noches”, dije, “¿Qué cuesta la entrada?”
“Hola Cata, no soy el portero, soy Luis”

En ese momento quise morir, desaparecer o fundamentalmente, no ser Cata.
No me dio tiempo, me cogió por la cintura, me apretó contra él y me plantó dos besos que creí perder las mejillas. Cuando conseguí separarme, pensé que me había roto dos o tres costillas ¡madre mía, qué manera de apretar, qué miedooooo!

Una vez recuperada del tremendo achuchón, nos metimos en el pub. Aquello estaba muy oscuro, la música “salsa” y un montón de parejas bailando espectacularmente bien, parecía la película de Dirty Dancing, pero ni yo era Baby ni mucho menos Luis era Johnny, así que preferí  bajar de la nube.

Luis me dejó en la barra y sin decir palabra, empezó a moverse por la sala, como pez en el agua, sacando a bailar a unas y a otras y haciendo unos bailes y unas piruetas de escándalo. Yo no podía dar crédito, ni tampoco explicarme qué pintaba yo en esta historia o qué le había indicado de mi perfil que a mí gustara conocer a un tío para que me meta en un pub, me deje en la barra y se ponga a bailar con todas las pedazo salseras del local. Yo a eso le llamo masoquismo, no hay otra.

Bueno, por fin, llegó mi gran momento, mi estreno como bailarina, en la vida había bailado ni en la discoteca del pueblo, pues era incapaz de coordinar un pie con el otro, con o sin ritmo, pero este muchacho, no sé qué extraño lío se debió de hacer en su gran cabeza que de repente apareció con unos zapatos de un tacón de unos 20 cm. en la mano y me dijo:

“Preciosa, te toca, pero ponte estos zapatos de princesa, no me bailes con esos botines horribles”

A pesar de mis protestas y forcejeos, inútiles, con su gran sonrisa y por cierto, con una mella en todo el medio de la dentadura, me sentó en un sillón, me quitó las botas, me plantó los zapatos y me puso en pie. A partir de ahí, ya no sé ni lo que me aconteció, mi cuerpo pasó a ser el de una muñeca de trapo, zarandeada por un monstruo que me movía para adelante, para detrás, para arriba, para abajo, creo que volé y no sé si también me zarandearon el resto de bailarines que había en la sala, pues llegué a tener tal mareo que sólo veía caras sonrientes y el músculo venoso de un brazo enorme, el de Luis.

Fueron sólo unos 3 ó 4 minutos, pero creo que los peores de mi vida.

Cuando acabó la pesadilla, me vi tirada en el suelo en medio de la pista, me dolían hasta los pendientes, los taconazos de los zapatos se habían perdido por el camino, con lo que parecía que llevaba zuecos, mi peinado era un cuadro, parecía la niña del exorcista. Fue una experiencia horrible, humillante y muy divertida para el resto de bailarines que no paraban de reír señalándome.

De repente, Luis se me acercó y sin ni siquiera ayudarme a levantarme me dijo: “Nena, soy profesor de baile ¿te interesarían unas clasecitas? Te hacen mucha falta”

Mi tono de cara cambió, me puse roja y me salieron cuernos, sí, como al demonio, hasta se me quitaron los dolores, me levanté como un resorte y le dije:

“Chico, lo tuyo no tiene nombre, no sólo tienes poco vocabulario y un cuerpo que no es normal, encima porque tú quieres, sino que te permites el lujo de obligar a personas inocentes a bailar y destrozarse su cuerpo contra el tuyo, aunque no les guste, a ponerse unos zapatos de bruja, encima usados de otra, que me ha pegao todo el sudor y el olor a pies. ¿todo por conseguir una puñetera clase de baile? ¿es para pagarte el dentista y ponerte un diente en esa mella que tienes? ¿Y por qué no pones en tu perfil? “Hola quiero conocerte para torturarte y hacerte desear que yo me mueraaaaaa” Porque eso es lo que yo siento ahora mismo. Adiós Luis, por un anuncio como Dios manda y ya se apuntará quien le de la gana a aprender a bailar, no quién tú quieras ¿vale? Que te pareces a los maniacos de las películas de los domingos por la tarde. ¿Cuál es tu trauma de la infancia, ehhhhh……?????”

Dicho esto y ante el estupor de Luis y del resto del personal, me di media vuelta y me fui, con los zapatos salseros sin tacón y mis botines en la mano, andando como el chiquito de la calzada, no me daba el cuerpo para más.


Desde entonces, mi vida ya no es la misma.

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