En el capítulo 12 os contaba, que mi vecina Azucena me había
invitado a salir a bailar.
Me quedé donde os relataba, que buscar la ropa apropiada para
quedar con ella no fue fácil.
Al final decidí no comprar más que unos pantalones de vestir
de color gris marengo y una camisa de color azul celeste.
Quedamos en que el sábado noche Azucena pasaría a buscarme y
así lo hizo.
Eran las diez de la noche y el timbre de la puerta sonó.
Recordaros que Azucena debía tener unos 35 años y que era
una diosa del Olimpo griego.
Me dirigí hacia la puerta, la abrí…………….. y allí estaba esa
preciosa mujer, vestida con una minifalda negra y una camisa a juego.
“Hola Azucena”
“Hola Javi, estás listo?”
“Si claro, nos vamos
ya”.
Salimos al rellano para esperar el ascensor, pero éste no
hacía más que subir y bajar sin parar en nuestra planta, lo que dio tiempo para
que nuestra vecina Angélica nos viera juntos y empezase a murmurar por lo bajo:
-Y dónde irá este vejestorio con esa niña tan joven-
“Buenas noches Angélica, qué tal está?”. Dije yo
“Muy bien hijos, muy bien. Qué? Os vais de fiesta?”.
“Pues si señora”, dijo Azucena.
-Menudo espanta cunas que está hecho el tío este- Siguió
murmurando la anciana.
Por fin el ascensor llegó y Azucena y yo entramos en él.
Mientras se cerraban las puertas, se oyó decir a Angélica: “Pasadlo bien y ten
cuidado hija con ese señor, que podría ser tu padre”.
Azucena y yo nos miramos y poniendo cara de circunstancias, no
dijimos nada.
El ascensor paró en la planta que daba acceso a la calle y
según abrimos la puerta, nos encontramos de bruces con las señoras que vivían
en el 4º derecha. Hermanas ellas, una de la otra, es de entender.
Nos miraron de arriba abajo y sonriendo dijeron:
“Vaya!!!, buenas noches parejita”.
Yo quise explicarles de manera amable, que no éramos pareja,
que solo habíamos quedado para tomar algo y que sus pensamientos eran erróneos,
pero cuando quise articular mi primera palabra, una de las señoras añadió:
“Pero hija!!!!, no eres demasiado joven para este hombre?”.
Yo ahora, ya no quería explicar nada, solo quería matar a
esas señoras, que con cara de desden hacia mi persona, entraron en el ascensor.
-Lo mismo tienen razón- pensé.
Miré a Azucena y antes de poder decir nada, ella sonrió y
dijo: “Hay que ver como son estas señoras. Mejor no hacerlas ni caso”.
Salimos a la calle para tomar un taxi y enseguida vino uno,
levanté la mano y el vehículo paró.
Abrí la puerta e invité a Azucena a entrar primero, después
entré yo.
“Buenas noches”, dijo el taxista y añadió: “Dónde llevo a
este padre y a su hija?”.
A lo que yo contesté: “A ningún sitio!!!!”.
Abrí la puerta del taxi y salí, después invité a Azucena a
salir y ella salió.
Esperamos cinco minutos y mientras llegaba el siguiente,
propuse a Azucena un juego, más que nada para que la espera no fuera aburrida.
“Azucena, yo sé que te encanta el cine, pero serías capaz de
recitar de memoria la escena de alguna película?”
“Pues claro que si!!!”, dijo Azucena con una gran sonrisa.
“A ver, empieza tu y yo te sigo” dijo ella.
En esto que llegó
otro taxi.
Abrí la puerta e invité a Azucena a entrar primero, después
entré yo.
Sin dar tiempo a que el señor conductor pudiera abrir la
boca le dije: “NO!!!!, no es mi hija y queremos ir a la calle del Anticuario,
número 20”.
El taxista y sin abrir la boca, puso en marcha el vehículo.
Una vez en el interior, empecé a recitar el guión de una
película que me encanta: “El Padrino”: “Mira muñeca, espero que tengas la boca
bien cerradita, pues de lo contrario tendré que enviarte al fondo del lago
Michigan”.
Azucena me siguió el juego y continuó perfectamente con el guión
de la película y su diálogo.
“Eres un miserable, mataste a mi padre y ahora me haces esto
a mi”.
“Cállate o te mato aquí mismo!!!!”, dije recordando las
palabras de Vito Corleone.
Sonaba en la radio de aquel coche la música del Fari. Debe
ser que todos los taxistas la escuchan.
De repente el Fari cesó de cantar y de manera brusca comenzó
a sonar la típica música que da paso a los informativos. El locutor con voz de
alarma, empezó a dar la noticia que había propiciado el corte musical:
“Estimados oyentes. De la agencia Europa Press, nos llega la alarmante noticia
de un secuestro. Un hombre de edad madura y vestido con pantalón gris y camisa
azul, ha retenido contra su voluntad a una mujer joven y atractiva, que viste
minifalda negra y camisa a juego. El hombre es muy peligroso. En caso de verlo
llamen inmediatamente a la Policía y no intenten detenerlo, pues seguramente
irá armado”.
A través del espejo retrovisor del coche vi, como los ojos
del taxista estaban clavados en mí.
Una vez terminó la alocución, el Fari prosiguió con su
famoso “Torito Bravo”.
Y Azucena y yo, también seguimos con nuestro juego:
“Don Vito”, dijo Azucena, puedo servirle de ayuda sin me
deja con vida”.
A lo que yo contesté: “En ese caso, te haré una proposición
que no podrás rechazar”.
En ese mismo momento, el taxista abrió la puerta y se tiró
del coche, el cual seguía en marcha y a toda velocidad por aquella calle llena
de coches y de gente.
Vi con cara de asombro como el taxista llevaba en su mano un
teléfono móvil, con el cual empezó a marcar un número de teléfono muy corto.
A todo esto el taxi seguía en marcha y menos mal que era de
esos que aún no llevaban pantalla anti-atracos, así que a toda prisa me situé
en el asiento del conductor y logré frenarlo, justo cuando se iba a empotrar contra
un escaparate.
Miré a Azucena, que muerta de terror seguía atenazada por
los nervios en el asiento trasero.
“Tranquila Azucena, ya pasó todo”.
Azucena no podía articular palabra alguna.
Abrí la puerta del conductor y según me dirigía a abrir la
puerta trasera, tres coches de Policía rodearon el taxi.
Bajaron de los coches patrulla cinco o seis policías, que
apuntándome con sus armas, me gritaron que levantara las manos.
Otro sacó a Azucena del taxi, que seguía con los ojos fuera
de sus órbitas por el susto y la apartó de la escena.
El taxista que venía corriendo desde el punto desde donde se
había tirado del coche, empezó a gritar fuera de sus casillas: “ESE ES, EL DE
LA RADIO, ES ESE!!!!”.
Y añadió: “Y LE DIJO A LA CHICA QUE LA IBA A MATAR!!!”.
Yo me giré para intentar explicar a los policías, que nada
teníamos que ver con el secuestro anunciado en la radio, cuando de pronto una
porra se hundió en mi cráneo, provocando mí caída al suelo.
Cuando desperté, estaba tumbado en la cama de un hospital,
custodiado por un policía y atado a la cama.
Dos días después estaba ante el juez, con un chichón de 10
centímetros y dando explicaciones sobre lo que pasó.
Media hora más tarde me dejaron en libertad y me fui a casa.
Al llegar al portal de mi bloque, pregunté al portero si
sabía algo de Azucena y me contestó que la habían ingresado en un Psiquiátrico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario