miércoles, 8 de julio de 2015

Capítulo 77 - El parque acuático y....fin de la historia

Hola Javi, no te imaginas desde dónde te escribo, desde Australia, no es broma, he cometido una locura por amor, te cuento….

Después de mi desastrosa experiencia con el senderismo y con el salidillo del primo de mi amiga, me armé de valor y volví a llamar a Alberto, nos reconciliamos y me invitó un fin de semana a Benidorm. Todo iba bien hasta que fuimos al Aqualandia, aunque yo ya le he cambiado el nombre, el propio sería “Los toboganes del demonio”.

Alberto me lo había puesto muy bonito y divertido, que si es como un parque de atracciones pero en el agua, que si te vas a poner muy morenita, que si te diviertes un montón….., yaaa, divertido si fue, pero no para mí…

Llegamos allí a las 12 de la mañana, según entré y vi aquello ya se me puso un nudo en la garganta y es que había cuatro toboganes que estaban hechos con muy mala leche y no es sólo que fueran altos, que eran altísimos, sino que estaban empinados prácticamente en vertical y yo no comprendía cómo un ser humano podía tirarse por aquello sin salir volando y estamparse la cabeza contra el suelo del fondo de la piscina, porque encima, las piscinas donde caías no tenían ni dos metros de profundidad.

Pues bien, empezamos por lo suave, piscinita de olas, agradable, pero como había tanta gente dentro, con el meneo acababas abrazando al de al lado en vez de a tu novio, yo por desgracia no fui a parar con ningún adonis que hubiera por allí, sino con el trasero de una abuela que estaba agarrada al bordillo, encima me dio una patada en toda la cara, pensando que quería abusar de ella y me llamó lesbiana, la primera en la frente…

Seguidamente pasamos a la piscina con las balsas, te montabas en unas balsitas redondas y te tirabas por una especie de tobogán suavecito pero con más curvas que la carretera de Andorra.

Las balsas eran individuales pero Alberto se empeñó en que no quería dejarme sola por si la liaba, así que íbamos tan encajados que cuando llegamos abajo parecíamos siameses, es más, los socorristas tardaron casi diez minutos en desencajarnos de la balsa y separarnos, entre el mareo de las curvas y la presión de Alberto, sólo se me ocurrió decirle: “Cari, a partir de ahora, que corra el aire…”

Para relajarnos después del sofocón, pasamos a la piscina yacusi. Alberto ya me avisó antes de meternos que las burbujas eran producidas única y exclusivamente por un mecanismo que accionaban los socorristas y que no tenía absolutamente nada que ver con las ventosidades de nadie.

Aquello era una gozada, te masajeaba todo el cuerpo mejor que el Manolo, el fisio de mi pueblo, que más que darte masajes, te azota con mala leche, pero la cosa se complicó cuando me acerqué al chorro, no caí en agarrarme al bordillo, así que aquello me disparó para atrás con tal ímpetu que salí disparada contra una señora que había en el bordillo de enfrente quedando mi trasero empotrado en su boca.

Con tan mala suerte que era la misma abuela que la de la piscina de olas, así que esta vez me soltó una galleta con toda la mano abierta y me llamó sinvergüenza acosadora, si no llega a ser porque Alberto intervino con sus amables y convincentes explicaciones, acabo en el cuartelillo de la Guardia Civil por abuso e intento de violación.

Después de aquel desagradable episodio, pasamos a lo mejor…. Los toboganes. No sé cómo pudo conseguir convencerme Alberto, pero en un pispas me había subido al más alto de todo, con un par de…quizás por hacerme la interesante o por intentar ganarme a mi “querido Alberto”.

Tenía que meterme en una cápsula y seguir las indicaciones del socorrista, así lo hice, decidida, sin mirar abajo, sin ser consciente de lo que me esperaba, me coloqué como el muchacho me dijo.

De repente se abrió la cápsula y yo salí disparada para abajo, a partir de ahí, fue un cúmulo de sensaciones, sobre todo de que me iba a pegar la gran leche y que no iba a contarla.

De repente, en un segundo la sensación cambió, noté que me faltaba algo, y que mi trasero me escocía y me  quemaba, había perdido la parte de abajo del bikini. De los nervios se me subieron las piernas para arriba y entonces el último tramo de la bajada fue espatarrada con mis partes al aire, intentando frenar con las manos y la cara que llevaba, mejor no pensarlo, con ver la de Alberto mirándome desde abajo, ya era suficiente.

Bueno, la de Alberto y la de 10 ó 12 personas más que me miraban algunos atónitos, otros, aplaudiendo y los niños, riendo a carcajadas, vamos que yo me convertí en un espectáculo dantesco.

Cuando caí a la piscina, sólo recuerdo un golpe fuerte en la cara y después me desperté en el bordillo de la piscina rodeada de socorristas y con mi Alberto angustiado sujetándome la mano.

¿A qué no sabes encima de quién había caído….? De la abuela, que también se tiraba la jodía por el tobogán. Así que debía estar tan harta de mis embestidas y esta vez en pelota viva,  que finalmente me arreó un puñetazo en la cara.

Allí terminó nuestra jornada acuática en los “toboganes del demonio”.

A la vuelta de nuestro viaje a Benidorm, no podíamos salir a la calle, porque todos los vecinos nos habían visto en las Noticias y su comentario irónico de “vaya con el palmito de tu chica” nos perseguía.

Un día me llamó Alberto y me dijo:

“Cata, cariño, he pedido el traslado a Australia, allí no nos conoce nadie, ¿Te vienes conmigo y empezamos una nueva vida y a ver lo que aguantamos allí sin que la líes? Por amor a ti, aguanto lo que sea, pero en otro lugar…”


Qué romántico ¿verdad Javi? Pues aquí estamos, aunque ayer ya me pasó algo con un tiburón, pero, bueno, ya te contaré…..

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